Para entrar en contexto, a nivel mundial en 2017 los fenómenos naturales
ocasionaron pérdidas por alrededor de 330 millones de dólares –debido a los terremotos que se sumaron ese año-, en 2018 por 186 y en 2019 por 150, de los cuales únicamente se encontraban asegurados y fueron indemnizados 135, 86 y 52 millones de dólares, respectivamente.
De lo anterior se desprende que en los últimos 3 años no se encontraban
aseguradas ni siquiera el 50% de las pérdidas y los fenómenos naturales no sólo no se detienen, sino que se pronostica un aumento en sustancial su intensidad.
En efecto, la tendencia es que año con año, derivado del cambio climático, los fenómenos hidrometeorológicos cobren más fuerza y frecuencia, teniendo un impacto mayor en el nivel de daños que ocasionarán.
Este año, la época de huracanes ha comenzado, para el Océano Pacífico desde el 15 de mayo y para el Atlántico a partir del pasado 1º de junio, previendo el Centro Nacional de Huracanes un aumento considerable en la cantidad de ciclones debido al cambio climático.
Entre el Océano Pacífico y Atlántico se pronostican un total de 28 a 37 ciclones, de los cuales de 13 a 20 se podrían convertir en tormentas tropicales, de 10 a 15 en huracanes categorías I y II, y de 7 a 11 categorías III, IV, V o con vientos superiores a 250 km/h.
A pesar de las constantes llamadas de atención, desafortunadamente hoy en día grandes sectores del mercado son renuentes o escépticos a transferir sus riesgos a través del aseguramiento, lo que se acentúa en los países en vías de desarrollo como lo es México, en donde la cultura o penetración del seguro es prácticamente nula, en casi todos los niveles.
Baste mencionar que según la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguro (AMIS), en México, solamente el 6.5% de las viviendas están aseguradas por iniciativa de sus dueños, el 5% de las microempresas, el 15% de las compañías pequeñas y cerca del 50% de las medianas y grandes.
Estos pronósticos debieran traducirse en un aumento en el grado de conciencia y de precauciones a ser adoptadas, sobre todo en zonas de alto riesgo, procurando contratar coberturas para fenómenos hidrometereológicos, con especial énfasis en vigilar que el aseguramiento de inmuebles y contenidos (muchas de las ocasiones más valiosos éstos que los propios edificios, como sucede en unidades con maquinaria, aparatos, mobiliario y obras de arte) se realice en una justa proporción, al igual que las pérdidas consecuenciales y gastos extraordinarios que los
siniestros podrían conllevar.
Por último, pero no por ello menos relevante, se alude a la otra cara de esta
misma moneda: la de las compañías aseguradoras, que si bien afrontarán
desafíos importantes dadas las limitaciones impuestas por la nueva realidad global generada por la crisis sanitaria, lo cierto es que más que nunca deberán estar atentas respecto de los tiempos y formas para favorecer indemnizaciones rápidas, pues ello no solamente beneficiará de manera individual a sus asegurados, sino que será de gran contribución social para fomentar una pronta recuperación económica.